El Parque Natural de Oyambre es un espacio natural de unas 5.000 hectáreas que parece haberse empeñado en ser un compendio de Cantabria en el que coinciden todos los elementos geográficos que identifican la región: acantilados, playas, dunas, rías y marismas que se fusionan con los característicos prados verdes y monte bajo, para finalmente dar […]
El Parque Natural de Oyambre es un espacio natural de unas 5.000 hectáreas que parece haberse empeñado en ser un compendio de Cantabria en el que coinciden todos los elementos geográficos que identifican la región: acantilados, playas, dunas, rías y marismas que se fusionan con los característicos prados verdes y monte bajo, para finalmente dar paso al majestuoso telón de fondo formado por los Picos de Europa, una belleza difícil de igualar en el resto del litoral cantábrico.
La mayoría de la superficie del parque se asienta sobre el municipio de San Vicente de la Barquera, del que parte una especie de playa única que va recibiendo diferentes nombres y que se extiende uniformemente hasta acabar en la Ría de La Rabia, un magnífico humedal casi siempre sobrevolado por bandadas de aves en migración, además de los conocidos inquilinos fijos de la zona, las garzas reales y las gaviotas.
Parada en la ría
Aquí es recomendable hacer una parada en el merendero situado en la propia Ría, para a la vez que tomamos algo, disfrutar del sosiego del entorno, una especie de piscina natural surcada por todo tipo de patos y cisnes, para después retomar el camino hacia Trasvia, cuya entrada se encuentra a pocos metros en dirección hacia Comillas.
En Trasvia, situada en un acantilado sobre el mar, hay que ir directamente al Mirador, que se encuentra frente a las escuelas y desde el que se disfruta de una vista general del Parque de Oyambre que en los días buenos alcanza hasta San Vicente de la Barquera. Justo al lado tenemos también un restaurante, casualmente llamado «El Mirador de Trasvia» y una posada, de los mismos propietarios.
Hasta Comillas por el acantilado
Y a partir de aquí, podemos iniciar un relajado y relativamente corto paseo hasta Comillas, por un camino que recorre todo el alto del acantilado, siempre con mar azul a la izquierda y prados a la derecha.
Este recorrido nos lleva directamente a Comillas, entrando por el cementerio, ubicado sobre las ruinas de una antigua iglesia del siglo XV y que ha conservado como ornamentación algunos arcos y paredes originales. El perímetro del cementerio con sus pináculos y la puerta principal son un trabajo de Lluís Domènech i Montaner, rematado por una obra escultórica del modernista Josep Llimona en la que se representa el ángel exterminador. Aviso para navegantes: de noche, impone, pero es digno de ver.
Y pasado el cementerio, nos vamos directamente al pequeño puerto de mar, un vestigio de los pasados años balleneros de la localidad que ahora acoge únicamente a los escasos barcos de bajura que salen cada mañana y vuelven al atardecer para refugiarse entre sus potentes muros y descargar su –cada vez menor– captura artesanal.
Afortunadamente, los pocos bares o tascas que hay en el puerto –entre los que tiene un especial sabor “El Cantábrico”– todavía conservan una buena parte de su antiguo aire marinero: algunos huesos de ballena colgados en las paredes, viejas fotos con recuerdos de varias generaciones, o la entrañable escena del dueño del bar, a la caída de la tarde, localizando con unos prismáticos los barcos entrantes, para preparar a cada uno su merecida bebida favorita: “Chaval, ve poniendo un blanco para Manolo y un medio para su hermano”.
Comer por la zona
La cocina de esta franja costera es básicamente es básicamente marinera. Ambas poblaciones tienen puerto, especialmente el de San Vicente, de mayor tamaño, tráfico de embarcaciones y volumen de pesca. En San Vicente de la Barquera, la mayoría de la oferta culinaria está concentrada bajo los soportales del paseo que lleva al puente viejo y al puerto, con multitud de restaurantes y bares que ofrecen raciones con una estupenda relación calidad/cantidad/precio, gracias a la sana competencia entre ellos. Uno de los guisos más típicos es el sorropotún, elaborado a base de cebolla, patata y bonito. En la preciosa y estrecha carretera del litoral que discurre desde esta localidad hacia la playa de Oyambre, pasando por pequeños pueblos como Gerra, hay varios chiringuitos con parrilla exterior en los meses de buen tiempo y buena cocina todo el año. En Comillas, el área de restauración está bastante diseminada por toda la población, con dos focos de mayor concentración, la plaza y el puerto. Destaca especialmente el restaurante “El Capricho de Gaudí”, que se encuentra ubicado en un palacete neomudejar declarado monumento de interés histórico-artístico. |
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