Cada día vemos, compramos y consumimos un buen número de productos que forman parte ya de nuestro entorno personal, que nos resultan naturalmente familiares y cercanos. Sin embargo, no siempre conocemos el verdadero origen del producto o de su nombre, que en ocasiones se remonta a épocas muy lejanas. Como, por ejemplo, el de los refrescos.

Las bebidas refrescantes en sentido más amplio nacieron hace más de dos siglos, a finales del XVIII, muchas de ellas creadas en el ámbito de la farmacia para paliar pequeñas afecciones. Según explican desde la Asociación de Bebidas Refrescantes (ANFABRA), que agrupa y representa a la práctica totalidad de esta industria en España, las primeras bebidas refrescantes conocidas se elaboraban a base de agua natural o aguas gaseosas naturales combinadas con frutos y edulcorantes como la miel u otros jugos azucarados.

Los refrescos. Primeros pasos

El primer paso que dio lugar a la elaboración de los refrescos modernos se produjo a finales del siglo XVIII, cuando comenzó a utilizarse el término ‘soda’ para denominar a una bebida elaborada a partir de agua, bicarbonato sódico y anhídrido carbónico. Entre las diferentes clases de soda, el agua ácida solía recomendarse para problemas como la acidez, indigestión o, incluso, la gota. A su vez, la de Seltz, con efecto burbujeante o efervescente, por su agradable sabor y por sus propiedades médicas se tomaba para bajar la fiebre, tratar dolencias estomacales o alteraciones nerviosas.

La notoriedad que fueron adquiriendo estas bebidas dio lugar a que en 1783, un joven científico amateur, Jean Jacob Schweppe, perfeccionara las ideas de Priestley y Lavoisier para carbonatar el agua y desarrollar su fabricación industrial, y más tarde decidiera elaborar una bebida carbonatada con sabor y con quinina conocida como ‘tónica’. Se consiguió producir bebidas refrescantes de gran calidad. De hecho, en algunos hospitales se distribuían gratuitamente a pacientes sin recursos. Con el tiempo, la demanda de estas bebidas se amplió y se empezaron a vender a todo tipo de personas.

El paso a los hogares

En las primeras décadas del siglo XIX los refrescos trascendieron los usos pseudo-terapéuticos y se hicieron habituales en el ámbito familiar, convirtiéndose en las bebidas ideales para acompañar comidas y cenas.

También en la farmacia y en Estados Unidos, surgieron las bebidas refrescantes de cola. Su fórmula, basada en agua carbonatada, azúcar, vainilla y nueces de cola, tenía propiedades excitantes y energéticas, por lo que resultaba un buen estimulante de las funciones digestivas y por su agradable sabor y su capacidad refrescante, pronto se hicieron muy populares.

Para atender a la demanda de los consumidores, los fabricantes tuvieron que adaptar también sus envases y sus sistemas de distribución y fue así como se empezaron a diseñar botellas cuya forma distinguía su producto del resto. A su vez, se remplazaron los carros de tracción animal para el transporte y distribución de bebidas por vehículos de motor, se desarrollaron cajas que permitían transportar varias botellas a la vez y se instalaron dispensadores automáticos de refrescos en los comercios.

Siglo XX: expansión y variedad

Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo un gran impulso, cuando los soldados de ambos bandos bebían refrescos de cola para levantar la moral. La mejora en la capacidad de distribución de los fabricantes hizo que, al terminar el conflicto, el consumo se extendiera a numerosos países. En concreto, la llegada a España de Coca-Cola fue en el año 1953, cuando los primeros embotelladores españoles obtuvieron la concesión para fabricarla.

Las distintas empresas continuaron innovando en los procesos de fabricación y en la combinación de ingredientes: añadiendo o no anhídrido carbónico, azúcares, zumo de frutas, vitaminas, minerales, etc. En los años 50, destacó espacialmente la gaseosa, que se convirtió en un producto estrella en España, con fabricantes en cada provincia, hasta llegar a registrarse más 5000 productores de bebidas gaseosas.

La evolución en los gustos también dio lugar a que los distintos fabricantes aumentaran la oferta de bebidas no carbonatadas, los populares refrescos sin gas de distintos sabores. Aunque el gran crecimiento de estas bebidas se produjo en las últimas décadas del siglo XX, el primer refresco sin burbujas es del año 1936 y tiene origen español. Su creador fue el Dr. Trigo, un farmacéutico que utilizó tres variedades de naranja valenciana para su elaboración.

También llegaron con fuerza al mercado español sabores más amargos, el bitter y la tónica, que ya eran muy consumidos en otros países. Las bebidas para deportistas, las bebidas refrescantes de té o las bebidas energéticas, entre otras, siguieron aumentando la oferta. La diversificación se extendió a los envases y se empezaron a utilizar distintos materiales: además del vidrio, llegaron las latas, el plástico PET, en envases de diversos tamaños para facilitar el consumo en distintos lugares y situaciones.

Y más recientemente, el interés por el cuidado personal y por mantener la línea llevó al conjunto de la industria alimentaria a investigar nuevas fórmulas. Las bebidas refrescantes fueron pioneras al conseguir un buen sabor sin apenas calorías al sustituir el azúcar por edulcorantes.

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El origen de un producto: los refrescos
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El origen de un producto: los refrescos
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Cada día vemos, compramos y consumimos un buen número de productos que forman parte ya de nuestro entorno personal, que nos resultan naturalmente familiares y cercanos. Sin embargo, no siempre conocemos su verdadero origen.
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