El 2 de febrero de 1971 se firmó en la ciudad iraní de Ramsar la ‘Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional, especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas’, más conocida forma como Convenio de Ramsar, cuyo objetivo era “la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales, regionales y nacionales y gracias a la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo”.
Un aniversario que desde 1997 se celebra, cada 2 de febrero, como conmemoración de la firma de este Convenio sobre los Humedales que, con el noventa por ciento de los estados de las Naciones Unidas adheridos a él, ofrece un marco para la conservación y el uso racional de los humedales y sus recursos.
Las salinas españolas y los humedales
En España existen varios humedales acogidos a este convenio, algunos naturales, como Doñana, el más importante de nuestro país, y otros artificiales creados para la producción de sal, entre ellos salinas de referencia como las de Ibiza, Santa Pola o el delta del Ebro. Todos estos parajes han sido declarados como Parque Natural por la consideración social y política de la que gozan, amén de la función ecosistémica que ejercen en sus respectivos entornos.
Estas extensiones de humedal artificialmente creadas —mediante el agua que se toma del mar y se conduce por diferentes lagunas de poca profundidad— generan gracias a su naturaleza salobre, además de una importante industria salinera, las condiciones para que estos ecosistemas sean el medio en el que viven y nidifican múltiples especies de aves, como garcetas, avocetas, charranes, patos y el animal más simbólico de las salinas, el flamenco.
Protección de la biodiversidad
De hecho, la Convención de Ramsar pone un gran énfasis en la protección de la biodiversidad, entre otras misiones de los humedales. Concretamente se habla de los humedales como “ecosistemas indispensables por los innumerables beneficios o servicios ecosistémicos que brindan a la humanidad, desde suministro de agua dulce, alimentos y materiales de construcción, y biodiversidad, hasta control de crecidas, recarga de aguas subterráneas y mitigación del cambio climático”.
Sin embargo, varios estudios han venido demostrando que la superficie y la calidad de los humedales siguen disminuyendo en la mayoría de regiones del mundo y, en consecuencia, los servicios de los ecosistemas que los humedales proporcionan a las personas se encuentran en serio peligro. Ese es el gran reto al que se enfrentan los países miembro de la Convención.
En el caso de España esto devuelve foco sobre las salinas y, más concretamente, sobre la industria salinera. Sin esta industria, los humedales más extensos del litoral español no existirían: “Invertimos grandes recursos en generar estos ecosistemas porque, entre otras cosas, nos interesa a nivel productivo. La inversión sirve para mantener activos estos enormes humedales que albergan innumerables especies de plantas, peces y aves de toda clase”, comenta Gonzalo Díaz, presidente de Salimar, asociación que agrupa a cinco salineras con el 85 % de la cuota de mercado del sector.
En ese sentido, la sal marina, que se obtiene por evaporación natural, por la acción del sol y del viento, es en gran medida artífice de estos ecosistemas que, a su vez, retroalimenta la producción de la sal, creando así una simbiosis entre industria y medio ambiente de forma que una sin la otra no existiría.
