La olla ferroviaria, como particular modo de cocinar determinados guisos en Cantabria, tiene su origen en las ollas que fabricaban los trabajadores del expreso de La Robla, que a finales del siglo XIX unía León con Bilbao, cuando los trabajadores del tren idearon este sistema para cocinar en el propio ferrocarril, aprovechando el carbón que […]

dostrad-ReinosaLa olla ferroviaria, como particular modo de cocinar determinados guisos en Cantabria, tiene su origen en las ollas que fabricaban los trabajadores del expreso de La Robla, que a finales del siglo XIX unía León con Bilbao, cuando los trabajadores del tren idearon este sistema para cocinar en el propio ferrocarril, aprovechando el carbón que se utilizaba en las máquinas.

Las ollas ferroviarias son unos ‘artilugios’ compuestos por una carcasa exterior de metal, un puchero de porcelana o barro interior y carbón entre ambos, para cocinar a fuego muy lento guisos y estofados. Inicialmente fueron patatas y carne, sumándose posteriormente los cocidos a base de alubias.

Una manera de descubrir mejor dónde se inició esta manera de guisar es recorrer el municipio cántabro de Las Rozas de Valdearroyo, por donde circulaba un tramo de este expreso de La Robla, y de camino, parar en algún pueblo a degustar un contundente plato de cocido.

Las antiguas vias del ferrocarril

La ruta discurre por los parajes naturales del municipio de Las Rozas de Valdearroyo, en los valles del sur de Cantabria, siguiendo el recorrido de las antiguas vías del Ferrocarril de la Robla, que atravesaba el municipio. Esta línea férrea, inaugurada en 1894, transportaba la hulla desde Palencia y León a los altos hornos de Bilbao. Hasta 1981, pasó por ella el tren hullero y en 1991, fue cerrada hasta 2003, que se recuperó para el paso del Transcantábrico.

Uno de los municipios donde paraba este tren era Las Rozas, cuya estación ha sido rehabilitada como albergue y cuenta con cuatro habitaciones y un jardín ecológico en la zona de los arcenes y solares de carga abandonados.

De la extensión total que ocupa el municipio, casi un tercio se corresponde con la superficie del pantano del Ebro, una obra que causó un profundo cambio en el medio natural de la zona, obligando incluso a cambiar el trayecto de las vías. Alrededor se divisa un paisaje de transición entre el de montaña y el de la meseta, con bosques de robles, hayas, acebos y abedules.

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