Dos sumilleres, Andreas Wickhoff y Jakub Pribyl, han logrado catar, sin descorchar la botella, un vino procedente de una remesa de 133 botellas fechadas entre 1892 y 1899 que habían sido escondidas por sus propietarias en el suelo de una capilla en el castillo de Becov, en la República Checa, en la II Guerra Mundial.
El hallazgo de las botellas de vino se produjo hace un tiempo, pero no ha sido hasta ahora cuando los sumilleres Andreas Wickhoff y Jakub Pribyl han podido conocer qué sabor tienen vinos como los Chateau d’Yquem vintages de 1892. Para ello utilizaron Coravin, el sistema para acceder al vino sin descorchar la botella, y contaron con la ayuda de su fundador y presidente, Greg Lambrecht, quien explicó que estas botellas son las más antiguas a las que se ha accedido con este dispositivo.
El sistema permitió extraer el vino de las centenarias botellas para conocer su sabor. Según los sumilleres encargados de la operación, el vino escondido “conserva el olor a fruta, la acidez y sus elementos más refrescantes, algo insólito en vinos de esta edad”.
El destino de las 133 botellas, cuyo precio por unidad de algunas de ellas roza los 28.000 euros, no está decidido. El uso del Coravin hizo posible acceder al vino sin sacar el tapón, lo que facilita que las botellas mantengan su tapón de corcho original y, en consecuencia, el mismo sabor, aroma y buqué que sus creadores quisieron darle.
Patrimonio familiar
El origen de este tesoro en forma de botellas de vino refleja la turbulenta historia de Europa en la década de los 40 del pasado siglo XX: el valioso botín perteneció a la familia Beaufort-Spontins, propietarios desde principios de 1800 del castillo situado a 60 kilómetros de la frontera con Alemania, quienes huyeron a Austria al final de la II Guerra Mundial después de haber ocultado los vinos en el suelo de la capilla para evitar que las botellas fueran saqueadas por los soldados checos.
Tiempo después, el castillo fue tomado por Checoslovaquia y permaneció en manos del Estado en virtud de los decretos de 1946, que expulsaron a los ciudadanos alemanes del país y confiscaron sus bienes.
Tras algunos intentos fallidos para recuperar muebles y obras de arte, la familia se acercó en 1984 a un empresario estadounidense, Danny Douglas, que aplicó en secreto en su nombre para recuperar un objeto desconocido escondido en un lugar desconocido. Douglas se ofreció a pagar cientos de miles de dólares por un permiso, atrayendo de este modo la atención de la policía secreta del todavía estado comunista. La policía finalmente pudo saber que Becov era el lugar donde estaba el tesoro de Douglas y conocer que se trataba de una remesa de botellas de vino del siglo XIX.
