El autor, que escribe bajo el seudónimo de Kenji Fujimoto, es un cocinero japonés especializado en sushi que en 1982, por invitación de una empresa comercial japonesa comenzó a trabajar en un restaurante de sushi en Pyongyang, la capital de Corea del Norte. En 1988 accedió a servir como chef personal del líder político norcoreano […]
El autor, que escribe bajo el seudónimo de Kenji Fujimoto, es un cocinero japonés especializado en sushi que en 1982, por invitación de una empresa comercial japonesa comenzó a trabajar en un restaurante de sushi en Pyongyang, la capital de Corea del Norte.
En 1988 accedió a servir como chef personal del líder político norcoreano Kim Jong Il, un cargo que desempeñó hasta 2001. En abril de ese año, al no poder soportar las circunstancias de vigilancia opresiva a las que se encontraba sometido en su trabajo, escapó a Japón. En 2003, ya en su país de origen, publicó el libro ‘Kim Jong Il’s Chef’ (El chef de Kim Jong Il), editado por Fuso Publishing, Inc.
Ahora, tras la reciente muerte del líder norcoreano, Kenji Fujimoto ha publicado el siguiente extracto de su libro en la edición on line de la revista norteamericana The Atlantic:
Kim Jong Il tenía un paladar excepcionalmente fino. Recuerdo muy bien un episodio que lo demuestra. Ese día hice un sushi que se había servido en su preferido ‘Salón número 8’. De repente, Kim Jong me comenta: «Fujimoto, este sushi tiene algo diferente». Kim había estado bebiendo mucho esa tarde, antes de la cena, y le sugerí que esa podía ser la razón.
«Tal vez», respondió. Se quedó dudoso, pero no siguió preguntando. Sin embargo, cuando volví a la cocina, verifiqué los condimentos que había usado ese día y descubrí que había puesto 10 gramos menos de azúcar. Kim Jong Il fue el único que se había addo cuenta. Me quedé verdaderamente asombrado.
Arroz seleccionado a mano
Con respecto al arroz, antes de cocinarlo un camarero y un miembro del equipo de cocina debían inspeccionarlo grano a grano. Los granos defectuosos se eliminaban y únicamente quedaban los que tenían una forma perfecta, que finalmente eran cocinados y servidos.
Durante mi estancia en Corea del Norte, tuve que hacer muchos viajes al extranjero para proveerme de diversos alimentos. Cada vez que Kim me ordenaba comprar tal o cual cosa, se organizaban los preparativos del viaje y yo partía.
De Japón, el elemento más codiciado era el pescado. Especialmente el atún de alta calidad y el calamar, uno de los alimentos favoritos de la señora Ko, que solicitaba muy a menudo. Una vez llegué a comprar 1.200 kilos en total, con lo que tan solo los gastos de transporte aéreo fueron exorbitantes.
La razón para que la carga pesara tanto era que tuve que comprar un tremendo atún de la India entero. También compré una sierra eléctrica para filetearlo. En una etapa mía anterior había pasado seis meses fileteando atunes en el mercado de pescados de Tsukiji, en Tokio, y deseaba mostrarle mi técnica a Kim Jong.
Un alimento de cada país
En cualquier caso, estos son los países que visitaba más frecuentemente y los alimentos que solía comprar en cada uno de ellos: de Urumqi (en el noroeste de China) las frutas, principalmente uva y melones. De Tailandia y Malasia, también fruta, sobre todo papaya y mango. De Checoslovaquia traía cerveza de barril, de Dinamarca carne de cerdo. Para el caviar, iba a Irán y a Uzbekistán. Y de Japón, todos los productos del mar.
Un día durante una comida, Kim Jong Il me dijo de pronto: «Fujimoto, he oído que en Japón hay un pastel de arroz hecho con artemisa. Quiero que te vayas a comprarlo mañana!» Además me dijo también que le comprara todas las marcas de cigarrillos japoneses que encontrara y que no tardara más de tres días en el viaje.
Le traje todos los pastelillos y cigarrillos que logré encontrar. Tras la correspondiente aprobación del personal de inspección antes de probarlos, me dijo que estaba muy satisfecho y comentó: “¿Por qué no pueden nuestros cocineros hacerlos de esa manera? El aroma de la artemisa es muy agradable”.
Respecto a los cigarrillos, finalmente solo probó los mentolados. Del resto, ni caso. Al igual que ocurría con las más de 10.000 botellas de primeras marcas de licores que tenía almacenadas en la bodega de su residencia oficial.
La vuelta a Japón
Un día de 2001, yo estaba tomando una copa en mi terraza, mirando al océano. Pensaba con nostalgia que al otro lado estaba Japón y me preguntaba si sería capaz de volver. Pero me dije que tenía que ser paciente.
Y entonces recordé que tenía un vídeo en el que se reproducía un plato de erizos de aspecto muy sabroso. Yo sabía que a Kim le encantaban los erizos. Esa sería mi oportunidad. Le enseñé el vídeo y le sugerí acercarme a la cercana isla japonesa de Rishiri, en Hokkaido, para comprar erizos y cocinarle ese plato que le había mostrado.
Kim Jong Il respondió: «Es una gran idea, adelante». Fue la última conversación que mantuve con él.
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